martes, 4 de febrero de 2014

Odiame...

Odiame… porque le sonrío a tus mañanas

Odiame… porque te he provocado besar hasta que tus labios han perdido domino propio

Odiame… porque he despertado en vos el instinto de morder

Odiame… porque he invitado a tus manos a invadir mi cara hasta que ha suspirado tu alma

Odiame… porque me he aferrado a tus caderas como un presagio de tus ganas de huir

Odiame… porque a través de tus ojos he observado la belleza de tu fragilidad y he querido renunciar a los míos

Odiame… porque he logrado conocer lo que no te gusta de vos

Odiame… porque te he regalado el placer de mil noches en una sola

Odiame… porque me he vuelto adicto al sabor de tu cuello y a la suavidad de tus besos

Odiame… porque has querido devolver el tiempo

Odiame… porque le soy infiel a este planeta, él es un pedazo de tierra y vos mi mundo entero

Odiame… porque su sol es pasajero y la luz de tus ojos eterna

Odiame… porque ya no habito en él  sino que pertenezco a lo más profundo de tu ser

Odiame… porque tu belleza se engrandece en mis textos

Odiame… porque hiere menos que la indiferencia

Odiame… por preferir al odio antes que el olvido

martes, 21 de enero de 2014

Ayer dejé el café

Se había entregado a la autoridad moral como víctima de un suicidio inesperado, perpetrado por los tormentos de la memoria, y el sabor a caramelo de su café mañanero. 

Fue inevitable, el simple café de la mañana había logrado poner su día de cabeza. Sólo él sabía, sin recordarlo, que tiempo atrás empezó a tomarlo porque su abuelo decía que aquel líquido mágico podría amenizar cualquier espera.

Quizá para los mortales había pasado poco tiempo, para él pasaban vidas; cada noche moría ahogado en sus pensamientos, y cada mañana resucitaba nadando en sus penas, pero al final seguía sin gustarle el café, y sin acabar la espera.


Ya no recordaba que no le gustaba, por qué lo tomaba, por qué no dormía, por qué no lograba salir de ese letargo. Sólo añoraba que llegase la mañana para tener dentro aquella irresistible combinación de dulzura, de aroma, de calor y de energía, que lo reconfortaban y le hacían sentir haber vuelto a su lugar para volver.

Aquel café fue diferente, aquel café lo había hecho rendirse y besarle los pies. Le había hecho desestimar su desdeñosa existencia.

No quería nada más tras haber probado la gloria. El caramelo.
La gloria sos vos, caramelo.
La inamovible dulzura de tus labios, el aroma de tu piel, el calor de tu sonrisa, la energía de tu mirada; el lugar para volver.
La gloria, la satisfacción, la superación de mi adicción, y la recaída en mi vieja adicción.
Sos vos, de principio a fin.

No volvió a tomar café, tampoco durmió de nuevo ni dejo de esperar.
Sólo recordó por quién tomaba, y por quién esperaba.

Hizo a un lado la taza, y encendió un cigarrillo para nublar su mente y amenizar la espera del viernes.