miércoles, 7 de marzo de 2012

Pies descalzos [Crónica]

De entrada el recibimiento lo da un rotulo que enuncia el nombre del templo, es lo único inteligible. Más allá: letras chinas, estatuas de Buddha – de esas que se ven en cada restaurant de comida china –, flores de loto, colores: rojo y dorado principalmente, más flores de loto, imágenes de dragones, candelas, más letras chinas, telas extensas colgando del techo, más estatuas de Buddha. Un señor de ojos rasgados, con la cabeza rapada, envuelto en telas, y con una sonrisa amable, abre las puertas sin pronunciar una palabra. Ni siquiera para devolver el saludo. Solo mira fijamente los zapatos del visitante hasta que este entiende que, para entrar, debe deshacerse de ellos.

- Buenos días, espero no haber interrumpido.

El monje sonriente, se lleva su dedo a la boca en señal de que debía hacer silencio. En otras palabras, si había interrumpido. Cada día de 5 a.m. a 9 a.m. en el templo se realiza la primera meditación silenciosa del día, para sus miembros, y sus visitantes. En dicho momento eran las 8 a.m. Tendría que permanecer en silencio por al menos una hora, observando nada más. El monje sonriente, del cual terminaría la historia sin saber su nombre, había abierto las puertas por pura amabilidad, y porque días antes había anunciado que llegaría ese día en la mañana.
Al entrar al templo el monje sonriente sigue su camino, y deja de prestar atención al visitante. Se dirige hacia el Zendo. El visitante tendrá que esperar hasta las 9 a.m. para tener importancia en el lugar; en este momento a los miembros del templo solo les importa estar en el Zendo –habitación para meditar–, sentados en su Zafu –cojín redondo sobre el cual se sientan a meditar–, con los ojos cerrados y de frente al gran altar donde se encumbran tres enormes Buddhas con vestiduras doradas, sentados sobre flores de loto.

Este escenario podría estarse desarrollando en China, Japón, o cualquiera de todos los países del continente asiático, ya que en todos se practica el budismo. Sin embargo, dicho templo se encuentra en Pavas. En San José. En Costa Rica. Ni el mismo Siddharta Gautama habría de imaginarse que sus enseñanzas llegarían hasta estos recónditos pedacitos de tierra, apenas conocidos en la actualidad mundial, y de inconcebible existencia en aquel entonces.
La verdad del caso es que en Costa Rica, habita la mayor cantidad de budistas de todo Centroamérica. Y este templo puede que sea apenas uno de los más pequeños y desconocidos de todo el país. Más conocidos, y más ocupados –y silenciosos–, son la Casa Zen en Heredia, o la Organización Soka Gakkai Internacional en Sabana Norte. Ambos centros practican diferentes tipos de budismo: budismo zen y budismo nichiren respectivamente.

No hay una sola persona que no esté en el Zendo. El visitante no está seguro de qué tiene permitido hacer, y qué no debería hacer. Incluso piensa sentarse a esperar para evitar una equivocación, y el enojo del monje sonriente. No querría que el monje dejase de sonreír, pero su curiosidad le gana. El visitante deambula por el templo con un poco de desconfianza, se topa con fotos de monjes alrededor del mundo, y puertas, puertas, puertas. Cerradas, no debería abrirlas. Sigue caminando hasta encontrarse con otra puerta más, pero esta vez es diferente a las demás. Es mucho más grande, tiene aspecto metálico aunque, claramente, es de madera. Es roja como tantas otras cosas del templo. “La puerta del Zendo” presume. Pero no, el monje sonriente había tomado otro camino. Se atrevió a abrirla y se topó con una biblioteca enorme e intrigante. Empezó a revisar los libros. Todos y cada uno contenían la palabra “Buddha” – o un derivado– en su título. “¿Qué diferencia tendrían entre sí?”.

El visitante abandona la biblioteca y sigue su camino hasta el centro del templo, donde se topa con una gran fuente. La estatua de Buddha en la parte superior de la fuente no puede faltar. En el agua peces con tonos naranjas, blancos y negros. El ambiente lo hipnotiza, y se pregunta si será esa la paz que tanto disfruta el monje sonriente. Sus pensamientos son interrumpidos por un señor. No tiene ojos rasgados, ni la cabeza rapada; pero si está envuelto en telas, e imita la sonrisa amable del monje sonriente.

- Hola joven, soy Eduardo, disculpe la espera. Ya son las 9.

“¡Este si habla!”. El visitante ya no está seguro de quien es su favorito en el templo. Si el monje sonriente, por su sonrisa amable. O si Eduardo, porque él sí habla.

- Buenos días. Me encuentro buscando informac…
- Acompáñeme – interrumpió Eduardo al visitante –. Pase el día con nosotros.

El visitante se emocionó con la propuesta de Eduardo. Había pasado de querer un poco de información, a vivir la información que buscaba. A partir de ese momento, las cosas fueron sobre ruedas.

El resto de la mañana transcurre mientras Eduardo y el visitante conversan en la biblioteca. El visitante se siente sorprendido porque las magnitudes del budismo son mayores de lo que pudo imaginar. Según la mañana en la biblioteca, en el mundo hay aproximadamente 376 millones de budistas, siendo la cuarta religión más grande del mundo. En Costa Rica habitan unos 96.000 budistas. Es decir el 2% de la población costarricense. Esta cantidad está compuesta principalmente por inmigrantes chinos, japoneses y coreanos. Sin embargo, también existe una gran cantidad de costarricenses conversos. Como Eduardo, quien asegura haberse encontrado a sí mismo en el budismo. “Dejé de creer en Dios. Estaba abierto a nuevas opciones. Fue un amigo, mi maestro de yoga, que me dijo que era budista. Lo empecé a practicar y cuando empecé a meditar todo encajó. Entendí que este es mi camino y no tengo más dudas”.

A la hora del almuerzo, el visitante piensa que es prudente despedirse y dejar que los miembros del templo coman sin molestia alguna. Pero la invitación de Eduardo lo convence de quedarse a compartir un almuerzo vegetariano. Una gran habitación, una mesa baja sobre una alfombra, los comensales sentados en la alfombra, y sobre la mesa: té, pan, vegetales, lácteos, mermeladas, entre otras cosas que conformaban un enorme banquete vegetariano. El visitante, que siempre se ha considerado un carnívoro empedernido, no le arruga la cara al almuerzo, y junto con los 10 miembros del templo presentes se dispone a disfrutar de la comida.

En medio del almuerzo nadie habla. El monje sonriente está sentado a la cabeza de la mesa. El visitante tiene demasiadas preguntas encima, es su instinto. ¿De dónde son los miembros del templo?, ¿es el monje sonriente su líder?, ¿por qué solo comen vegetales si el cantones tiene de todo?, ¿cómo consiguen dinero?, ¿están aquí todos los miembros del templo? ¿cómo se llama el monje sonriente? Su inquietud es evidente, y Eduardo, uno de los 3 con aspecto no-asiático, le indica que coma tranquilo, que pronto habrá tiempo para conversar más.

Terminado el almuerzo, el visitante no sabe qué hacer. No sabe si puede levantarse de la mesa o si puede hablar. Los demás solo están ahí, satisfechos de lo que acaban de comer. Disfrutando de la comida como si aún la estuviesen masticando. El visitante inventa una salida del momento incómodo, necesita ir al baño. Se lo comunica a Eduardo que se encuentra a su lado, y este dirige la mirada hacia el monje sonriente. El monje sonriente se levanta, como si se hubiesen comunicado con la mente, y al pasar por detrás del visitante le toca un hombro en señal de que lo siga.

El visitante emocionado, porque al fin tendría la oportunidad de hablar con el monje sonriente, se levanta y lo sigue en su camino. Al salir de la habitación, lo alcanza y camina a su lado.

- Qué bueno que ya paso la hora del silencio. Mucho gusto, mi nombre es…

Interrumpido una vez más, el visitante detiene sus palabras. El monje le hace señas. A lo que él entiende, el monje le indica que aún no puede hablar. O dado el caso, que no puede, o debe, hablar del todo.
Entran a una habitación. El visitante, por lo que investigó, reconoce inmediatamente el Zendo. El monje sonriente lo invita a sentarse en un Zafu. El visitante acepta la invitación. Se sienta, y empieza a mirar a su alrededor. Los cojines, las estatuas, el incienso, el asiático sonriente, que no habla, en frente suyo. ¿De verdad está en Costa rica, en Pavas?

El monje sonriente posa sus manos sobre la cabeza del visitante, y el impulso de cerrar los ojos es inevitable. Son las 2 p.m. Música instrumental, más preguntas, “que lleno estoy”, las manos se retiran de la cabeza, pero los ojos siguen cerrados. De repente nada.
Un pensamiento cruza la mente. Los ojos se abren instintivamente. “¿Qué pasó?”. Son las 2:15 p.m. El monje sonriente no está. Eduardo sí. Está sentado en su Zafu, viendo al visitante. Tiene cara burlona, en respuesta a la cara de sorpresa del visitante.

- ¿Te gustó meditar?
- ¿Cómo meditar? Me desconecté.
- Claro, aun no lo entendés. ¿Pero lo sentiste verdad?
- No sé, no sentí nada. Nada.
- Exacto. Y fueron apenas 15 minutos.

El visitante se siente confundido. ¿15 minutos? Podría jurar que fueron dos minutos. O dos horas. No está seguro. Eduardo le explica que pronto empezará el siguiente turno de meditación silenciosa, que termina hasta las 5 p.m. Y que entonces el visitante no tendría mucho más que hacer ahí. El visitante se dispone a despedirse, pero Eduardo le pregunta por sus preguntas, sin valer la redundancia.

- ¿De dónde son los miembros del templo?
- La mayoría son chinos, pero también hay 8 costarricenses, entre esos estoy yo.
- ¿Por qué solo comen vegetales si el cantones tiene de todo?
- Risas. A pesar de que practicamos el budismo nahayama, el budismo en general no tiene doctrinas estrictas a seguir. Acá elegimos ser vegetarianos, al lado pueden comer carne, y somos todos los mismos.
- ¿Están aquí todos los miembros del templo?
- No, hoy solo estamos 10. En total somos 28.
- ¿Cómo consiguen dinero?
- Esa es la razón por la que solo estamos 10 hoy. Nos turnamos para trabajar y aportar dinero al templo. A veces nos turnamos por días o por semanas. Siempre intentamos ajustarnos a las conveniencias de todos.
- ¿Es el monje sonriente su líder?
- Sí.
- Qué respuesta más seca don Eduardo – al parecer el visitante ya le había tomado confianza – me gustaría saber más de él. ¿Cómo se llama el monje sonriente?
- Fue un gusto haberte recibido hoy. Esperamos que volvas a visitarnos.

El visitante comprende que no tendrá respuesta para esa pregunta. Estrecha la mano de Eduardo. Se pone sus zapatos, que había dejado en la entrada, amarra los cordones. Ajusta su bulto y su sombrero. Y se despide con la mano. Sonriendo, como el visitante sonriente.