Volvés, y tropiezo de frente. Y caigo. Lento e
insufrible.
Como se derrumban los gigantes.
Inerte. Incapaz de reaccionar.
Me diluyo inclinándome hacia al frente con los brazos
extendidos, quizá queriendo protegerme del inevitable golpe, o quizá
quieriendote recibir, esperando tocarte, esperando sentirte mía, un segundo
más, antes de derrumbarme, ante vos, como quien soy realmente;
soy la melancolía,
la incapacidad, el amor.
Soy la inocencia, la peor de las inocencias, la que nadie
quiere ser; el perro azul, indigno, más invisible
que azul. El que espera un chasquido de dedos para imaginar un aluvión de
caricias.
Caigo, sin poder evitarlo, cada que volvés.
Caigo, sin querer evitarlo.
Me dejo ir, esperando no olvidarme en el abismo en el que me hundo, cada que volvés.
Me dejo ir, esperando no olvidarme en el abismo en el que me hundo, cada que volvés.
Mi pecho se había acostumbrado al miedo de hacerle frente
a las balas, al frío de la realidad. Al peso de la resignación. Se había
acostumbrado a estar lejos del suelo, del concreto donde, cada que volvés,
resido sin oportunidad de levantarme, sin voluntad de reivindicarme.
Aunque no pueda evitarlo, cada que volvés, me dejo
ir, fingiendo resistirme, fingiendo temor al golpe. Pero esperando llegar
pronto hasta abajo, donde te encontraba siempre, en lo profundo, acá… muy
adentro. Abajo en el suelo. Abajo en el fondo de mí.
Mis ojos se habían acostumbrado a mirar al frente, lejos
del cielo donde se encontraban soñadores. Donde el azul, y no el de la
inocencia, los invitaba a brillar. A parpadear repetidamente, queriendo
combatir mis desaires. Donde solidarios se enjugaban al nublarse mi mente, al cansarse de no comprenderme, de no comprenderte, de no verte
volver.
Se habían acostumbrados, cafés y ordinarios, a tampoco
mirar al suelo, a no patear las piedras de la calle como queriendo drenar el
amor y el odio en pequeñas descargas.
Pero cada que volvés
los traiciono. Me tumbas desde el cielo hasta el suelo. Los obligo a estar a milímetros,
donde son inservibles, donde el polvo los lastima, donde sollozan por haberme
perdido por haberte perdido.
Mis manos se habían acostumbrado a estar limpias. Sin
temblar más de intriga.
Sin los raspones de la ilusión, sin los recuerdos que se
incrustan en la palma.
Que sangra, que palpa la superficie buscándote. Buscando algún
indicio de vos.
Desesperadas me invitan a levantarme, prometen ser mis
aliadas en busca de una salida.
Pero ya caí en vos. No quiero levantarme. Y caigo. Y no
quiero levantarme.
Inmóvil me entregué al frío de la superficie, no quiero levantarme para sentir de cerca de tu calor. Para percibir tu aroma delirante. Para sentir en mi pecho tu rastro que marca vidas y pisotea suspiros. Para darle la espalda a tu ausencia.
Cada que volvés, caigo.
Cada que volvés no quiero levantarme.
Cada que volvés no quiero levantarme.
Cada que volvés recuerdo que te fuiste.
2 comentarios:
Greetings! como diriía Alberto D'costa a.k.a 'Alboroise' rastone15! 'Cada vez que volvés' es un manuscrito exquisito que no es digno de disfrutar, sin recordar la melancolía y la impotencia que siente por un 'x' o 'y' factor de una ecuación de amor, la cual no es más que el desespero que transmiten en armonía Joan Manuel Serrat en lyrics y Diego Torres en sublime performance en el clásico 'Penélope', el cortometraje de sentimentalismo encontrado con el pasado se disfruta y nutre aún más bajo el humo inmaculado de un Marloboro rojo, por ay del tercer jalón. Es clara la intención del yo lírico de poder liberarse de las cadenas sociales de esteriotipos de dignidad, vencerse en uno contra uno mismo, y entender, que cuando se ama, la noción de esa atracción manética, no se va x un desaire, una traición, se pertenece a una dimensión paralela con ella y para ella. Entonces "un clavo saca a otro clavo?" o será más bien "piedra, papel o tijera?"
Es de lo más hermoso que he leído!.. Maravilloso.
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